27 may 2007

Sobre la crítica

A raíz de los airados comentarios recibidos últimamente en este blog, publico a continuación fragmentos de una nota aparecida hoy en el diario La Nación, firmada por el periodista Pablo Sirvén, que concuerda plenamente con mis criterios a la hora de comentar un espectáculo y sobre las reacciones de los criticados (sobre todo la parte en que dice que a los que se los critica bien nunca se exaltan como lo hacen cuando se los critica mal...)

"A nadie le gusta que lo critiquen, y eso es natural. Pero saber aceptar o resistir una crítica civilizadamente, sin que se desaten nuestros demonios internos, es un buen signo de tolerancia que, lamentablemente, pocas veces se aprecia.

Un buen parámetro de salud democrática de una sociedad, precisamente, depende de su capacidad para aceptar de buen grado las críticas que puedan hacerse miembros de la misma entre sí sin perder los buenos modales ni declararse la guerra.

(...)

Así como a nadie le gusta que lo critiquen, de los excesos en que pudiese incurrir un exagerado "excelente" no hay reclamo por parte de quien lo recibe por una cuestión más que obvia: favorece y prestigia (aunque es como quedarse con un vuelto mal dado).

En el extremo contrario, el "malo" casi nunca es recibido en silencio como un humilde reconocimiento de las propias falencias, condición indispensable para enmendar los errores (...)"

Texto completo aquí.

20 may 2007

Lo que me costó el amor de Paula


Anoche completé la trilogía de Manuel González Gil, es decir, ví el último espectáculo que me faltaba de los egresados de su escuela , por lo menos de los más activos. Y debo decir que Me duele una mujer destronó del primer puesto a Más respeto que soy tu madre. ¿Por qué? Porque tiene un vuelo poético que ésta última no tiene, porque la teatralidad se deja percibir más y porque va más allá de un simple retrato de nuestra sociedad. Ya que si bien Me duele... describe un amor desesperado a la argentina, Sánchez puede ser encontrado en Lisboa, Bogotá, Pekín o en cualquier ciudad donde un hombre ame a una mujer (y la pierda).
A través de un magnífico texto (cuya autoría no figura en el programa de mano, lo que parece a estas alturas ser la marca distintiva de la "escuela del Comedia"), el espectador es conducido gratamente por una galería de sensaciones que lo hace sentir partícipe, identificado, cómodo y emocionado.
Claro que esto es posible gracias a la altura dramática del grupo de intérpretes en su conjunto. Un hallazgo total lo constituye Fernando Ponce de León en su rol de Miguel, el desdichado profesor de filosofía que no puede vivir sin su amada Paula. Perfecta dicción, claridad gestual, compromiso emocional y un don innato para el humor, son las cualidades con las que este actor magnetiza a un público que sigue fanáticamente las desventuras del pobre Miguel.
El señor Ponce de León se encuentra correctamente secundado por Emilio Mazzuco y Matías Benedetti, quienes funcionan como una especie de alter-ego de Miguel, sus amigos (¿imaginarios?) inseparables, el ángel y el demonio que todos llevamos dentro. Mientras que el señor Mazzuco aporta el desenfado y el humor a los que ya nos tiene acostumbrados (recordar el Nono de Más respeto...), Benedetti imprime aires de seriedad, mesura y, en un pasaje, juvenil romanticismo con la misma dosis de soltura, presencia y buena emisión de la voz.
El terapeuta a cargo de Eduardo Ferreyra es antológico y tanto Rosario Puccio (Paula) como Noelia Bravo Herrera (modelo) se muestran modestas histriónicamente en los papeles de menor lucimiento de la obra.
No podemos pasar por alto las bienvenidas intervenciones musicales a cargo de la aterciopelada v sentida voz de Rufo Cruz y dos eximios bailarines de tango cuyo nombres no retuve (ya que fueron anunciados antes de comenzar la función), quienes, sumados a un más que prolijo diseño de luces, completan un espectáculo típico del mejor González Gil, ése de la inovildable El Diario de Adán y Eva . Me duele una mujer puede ser considerada, en suma, como una cálida y amena declaración de amor. Ideal para parejas...

14 may 2007

Las chicas solo quieren divertirse

El sábado pasado asistí a una función de Especie Hombres, segunda obra que veo de los egresados de la escuela de teatro de Manuel González Gil (la primera fue la excelente Más respeto que soy tu madre, mi comentario aquí). El auditorio de Galileo en Villa Belgrano estaba repleto de ese público tan particular, target ABC1, propio de la zona, y en su mayoría entusiastas amigos y familiares de las jóvenes egresadas.
Y "egresadas" es el término que mejor cuadra porque el tono imperante durante toda la noche fue el propio de una obra de fin de curso de algún colegio secundario (también target ABC1), ya sea por la energía y entrega que se notó en escena, como así también por las imprecisiones que Especie Hombres puso en evidencia. Esto último, sobre todo, en el rubro coreográfico, donde son necesarias muchas más horas de ensayo y concentración para no cometer tantas desprolijidades de coordinación (basta con ver esta foto).
A nivel actoral, si bien las nueve intérpretes conforman un grupo desparejo, logran su mejor ensamblaje en el excelente cuadro de "Ramón", que hace las delicias del público. Público que, por otra parte, insiste en aplaudir los finales de las canciones que las señoritas no cantan, sino que hacen que cantan, en un más que imperfecto e irrepestuoso play-back. Para atreverse a un music-hall, señores, hay que dominar la actuación, el baile y el canto EN VIVO. No basta con calzarse glamorosos chalecos o garabatear con un sombrero de copa y un bastón.
Es de lamentar, también, que la "escuela del Comedia" no haya incluido en su currícula la materia "Cómo hacer un programa de mano". Si bien el de Especie Hombres es más completo que el de Más respeto..., aún encontramos olvidos imperdonables. Por ejemplo, sería interesante enterarnos que la obra en cuestión fue creada bajo el nombre de Hombres! por la Companya T de Teatre de Catalunia, que Manuel González Gil compró los derechos, la adaptó a music-hall y la estrenó en Buenos Aires en 2005 con Georgina Barbarossa, Claribel Medina, entre otras. O que el compositor de la música es Martín Bianchedi, etc.
Claro que esta información puede resultarle indiferente a un público que se contenta con celebrar cada dardo lanzado desde el escenario al género masculino (género que, dicho sea de paso, no necesita hacer una obra titulada ."Especie mujeres"... simplemente porque no somos acomplejados...).

11 may 2007

Julieta debe morir

Ayer fui a ver Romeo y Julieta, a cargo de la Comedia Cordobesa. Tanta mala fama le habían hecho que fui con las peores expectativas. Y la verdad que no era para tanto.
Pero me quedó gusto a desabrido. Nunca me emocionó, en ningún momento. No es que me haya aburrido. Al contrario, la puesta de Omar Viale es súper ágil, tanto por el vertiginoso desplazamiento de los actores sobre el escenario, como por la concatenación entre escena y escena. La atención no decae en ningún momento (nótese que dije "atención" y no "tensión", la cual, como la emoción, no fue tenida en cuenta en esta propuesta).
A esto apunta sin duda la liviana versión de Mauricio Kartún (demasiado liviana para mi gusto...) y el acento expreso en los pasajes cómicos, que los hay y muchos. Y aquí, a mí entender, surge otro problema. Viale no supo manejar ese límite sutil entre lo cómico y lo trágico que tanto caracteriza a Shakespeare. A ver: acierta en provocar risas en tramos que tradicionalmente no están destinados a eso. Y esto es una virtud, ya que aporta una mirada fresca, una revisión, si se quiere del texto. El problema recae en que si al espectador lo acostumbrás a que se ría verso a verso, en los momentos en que la tragedia llega y ya no hay lugar para las risas, el público, engolosinado, se te ríe, y la dimensión trágica de la obra desaparece. La gente le busca el chiste a todo. Y no hay que culparla; al fin y al cabo, le estuviste dando risas desde el principio...
Y esto no ocurre sólo en la aproximación que Viale hace del texto, si no también en sus criaturas: el Conde Paris aparece aquí retratado como un idiota, tímido, torpe, que tartamudea y le cuesta expresarse. Se entiende que se ha querido acentuar el contraste con Romeo. Pero en la escena final, en el mausoleo de los Capuletos, cuesta reconocer a Paris: la voz se le ha tornado enérgica y grave, el tartamudeo desapareció, y hasta se le anima en un duelo de esgrima a Romeo. El primer Paris funciona en las primeras apariciones, pero no mantener el personaje hasta el final es un desacierto imperdonable.

Los amantes de Verona en en Real

Como es imperdonable también Cecilia Román Ross como Julieta, quien directamente escupe el texto y lo peor es que lo hace con un insufrible "cantito", alejando toda posibilidad de que el espectador se encariñe con ella. Claro que esto no es un defecto sólo de la señorita Roman Ross; ¿cuándo escucharemos textos clásicos dichos de forma natural y no como si estuvieramos leyendo poesía?
Gabriel Coba conquista por la ternura y la inflamación adolescente que le imprime a este Romeo que es pura hormona (pasar de la obsesión por Rosalinda a Julieta en un segundo no es defecto dramatúrgico del genial William, como han querido apuntar muchos, sino que muestra lo voluble que son los teens en todas las épocas).
Pero sin dudas las dos estrellas de la obra son Alvin Astorga como el Fray Lorenzo y Ana María Tenaglia en el rol de la nodriza. A ellos se les cree todo. Da la impresión de que no se han aprendido los textos, tal es la naturalidad con la que los expresan. Un placer verlos actuar. También se destacan Pablo Tolosa y Adrián Azaceta en los papeles de Benvolio y Mercucio, mostrándose frescos y desenvueltos.
La escenografía de Gulia Petrucci es ingeniosa y multiuso, si bien un poco fría y "ruidosa". El vestuario, a cargo de la misma Petrucci, es francamente pobre: los actores, sobre todo los varones, se ven incómodos con sus prendas, confeccionadas no con las más acertadas telas, haciéndolos lucir acartonados. Si a esto le sumamos el inexplicable aplique de tachas, la imagen de "robots" es la que más se les acerca. El peor trago se lo lleva Giovanni Quiroga como el príncipe, quien parece exportado sin escalas de un boliche gay.
La música de Diego Mihlager no acompaña y no es agradable al oído. Y el aporte del Seminario de Danzas de la provincia pasa desapercibido.

9 may 2007

Estas obras ví ultimamente

"Los que no fuimos". Excelente.


La primera que ví en este año fue Patagonia, corral de estrellas en El Cuenco, de Alejandro Finzi, dirigida por Sergio Ossés y protagonizada por Juan Carlos Luna y Virginia Cardoso. El fiasco de mi vida (bueno, uno de tantos...). De Ossés ví Seis personajes en busca de autor y Tres de corazón, las cuales me habían encantado. Pero Patagonia... me aburrió soberanamente. Tiene algunas imágenes realmente muy bellas, pero no alcanza. Juan Luna intenta aportarle matices a su Antoine de Saint-Exupery. Pero solo eso. Intenta. Y la señora Cardoso no hace más que aumentar el tedio con una declamación exasperante y artificiosa (claro, me dirán, si es el viento...). Encima me sentí muy incómodo porque en El Cuenco te cierran la puerta de entrada con llave. No me pude levantar e irme. Este es el tipo de teatro que espanta a la gente. Perdónenme, es que soy muy bruto y no entiendo estas propuestas. Lo peor es que hay muchos brutos como yo allá afuera, pero no se animan a decirlo.
Por suerte, a la semana siguiente me deleité con Los que no fuimos, de Paco Giménez. Debo confesar que el teatro "del Paco" nunca me atrajo. Verdaderamente no entiendo a qué se debe taaaanto reconocimiento. Lo repito: soy muy bruto. Pero esta obra me apasionó. Primera vez que no me molesta la tonada cordobesa en escena. Las actuaciones excelentes, el uso del espacio muy bien aprovechado, el diseño de luces ajustado . Pero lo mejor: la banda sonora. Emocionante, angustiante a veces, conmovedora siempre. Un espectáculo altamente recomendable.
Terminé la semana pum para arriba cuando el lunes ví en el Cineclub El tamaño del miedo, de Rodrigo Cuesta. Hacía rato que quería verla, pero le tenía miedo (muy grande en tamaño), como le tengo miedo a todo el teatro independiente (por casos como los de Patagonia...). Pero la obra "del Paco" me reconcilió con el género y me animé a la obra de Cuesta. Y quedé encantado. Si bien se notó que el espacio no era el indicado (hay que verla en El Cuenco, donde nació, me decían todos), la obra atrapa con ese bienvenido coqueteo con el lenguaje cinematográfico, en especial del de thrillers. Con una justa dosis de humor, drama y suspenso, y unas más que correctas actuaciones por parte de las cuatro actrices, El tamaño del miedo invita a vencer no ya el miedo, sino el terror que produce el teatro independiente (ahora debería decir, "cierto" teatro independiente).

Y mañana voy a ver Romeo y Julieta, a cargo de la Comedia Cordobesa, de la cual me han llegado comentarios... ¿cómo decirlo...? Desalentadores. Veremos.-