Carlo Goldoni, dramaturgo veneciano considerado el padre de la comedia italiana, escribe Arlequin, el servidor de dos patrones en 1745 en un intento por plasmar en distintos textos dramáticos los personajes, argumentos y procedimientos de este género cómico que surge en la Venecia del siglo XVI.
Este género es conocido como la "Commedia dell´arte", y su principal característica era la improvisación, la actuación exagerada y teatral, con una sucesión de enredos vertiginosa y escandalosa, obscena y grotesca.
Ironizaba sobre los tipos sociales, las figuras políticas aristocráticas en el arquetipo de los enamorados; de las ciencias, con emblemático Doctor, y el poder militar, con los ridículos Capitanes, como Florindo, y Colombina, otra criada enamorada de Arlequino y víctima de sus engaños...Era una farsa giñolesca, de asunto disparatado.
Las compañías de actores que se dedicaban a la commedia eran actores de carromatos, de la ruta, para el pueblo.
A más de dos siglos de su publicación, la obra de Goldoni, y por ende la Commedia dell´arte, sigue haciendo las delicias de un público que no sabe que Los Tres Chiflados, Chaplin y hasta muchas de las modernas sitcoms televisivas, deben su vida a este género italiano.
En todo el mundo, el tierno Arlequino sigue haciendo de las suyas. Por ejemplo, acaba de estrenarse en Viena una versión de "el servidor..." adaptando su lectura social al contexto sociopolítico mundial, volviéndose una crítica aguda a la actualidad.
Argentina también ha sucumbido a la frescura de la Commedia: La Banda de la Risa, con Claudio Gallardou a la cabeza, presentó hace años y con mucho éxito una recordada versión de la obra de Goldoni (¡hasta hizo temporada de verano en Carlos Paz!).
Actualmente, sigue representándose en el Teatro de La Ribera de Buenos Aires la adaptación que dirige Alicia Zanca (¡con Luisiana Lopilato como Clarise!).
En Córdoba, anoche debutó "Arlequino ..." de la mano del grupo La Huella, capitaneados por Juan Badra, quien merecería toda la atención, admiración y respeto, no solo de los medios, sino de los colegas teatristas de nuestra ciudad y, por supuesto, del gran público. Señores, estamos en presencia de una artista mayúsculo, con una dedicación al trabajo y una profesionalidad que no abundan en este medio.
Después de haber coqueteado con otros clásicos (Cyrano, Pinocho, ¡hasta Popeye!), La Huella vuelve a su origen, ése de la recordada La risa del pueblo, obra que hasta se dio el lujo de presentarse en el Teatro Nacional Cervantes. Y digo que vuelve a sus orígenes porque aquella obra husmeaba en los personajes bufonescos, en una suerte de homenaje a la Commedia dell´arte.
Duchos como están entonces en este tipo de teatro, lo que se vio anoche sobre el escenario de Galileo fue un espectáculo cuidado, elegante, con un vestuario envidiable, pero por sobre todo, con mucho talento sobre las tablas. Los actores manejan a la perfección el timing que exige el género, se mueven con soltura y son hábiles en aprovechar hasta los errores propios para volverlos en situaciones de humor, recurriendo a la más sincera improvisación, ésa que era la línea matriz allá por el siglo XVI.
Un momento especialmente adorable es aquel entre Arlequino (magníficamente encarnado por el propio Badra) y Esmeraldina, los dos criados enamorados, quienes utilizan dos títeres de mano, en una suerte de proyección de sus propias personas, para declarase mutuamente su amor.
Solo cabe reprochar la ausencia de un programa de mano para identificar actor/personaje, rubro técnicos o incluso al músico en vivo, miembro activo en la representación.
Este género es conocido como la "Commedia dell´arte", y su principal característica era la improvisación, la actuación exagerada y teatral, con una sucesión de enredos vertiginosa y escandalosa, obscena y grotesca.
Ironizaba sobre los tipos sociales, las figuras políticas aristocráticas en el arquetipo de los enamorados; de las ciencias, con emblemático Doctor, y el poder militar, con los ridículos Capitanes, como Florindo, y Colombina, otra criada enamorada de Arlequino y víctima de sus engaños...Era una farsa giñolesca, de asunto disparatado.
Las compañías de actores que se dedicaban a la commedia eran actores de carromatos, de la ruta, para el pueblo.
A más de dos siglos de su publicación, la obra de Goldoni, y por ende la Commedia dell´arte, sigue haciendo las delicias de un público que no sabe que Los Tres Chiflados, Chaplin y hasta muchas de las modernas sitcoms televisivas, deben su vida a este género italiano.
En todo el mundo, el tierno Arlequino sigue haciendo de las suyas. Por ejemplo, acaba de estrenarse en Viena una versión de "el servidor..." adaptando su lectura social al contexto sociopolítico mundial, volviéndose una crítica aguda a la actualidad.
Argentina también ha sucumbido a la frescura de la Commedia: La Banda de la Risa, con Claudio Gallardou a la cabeza, presentó hace años y con mucho éxito una recordada versión de la obra de Goldoni (¡hasta hizo temporada de verano en Carlos Paz!).
Actualmente, sigue representándose en el Teatro de La Ribera de Buenos Aires la adaptación que dirige Alicia Zanca (¡con Luisiana Lopilato como Clarise!).
En Córdoba, anoche debutó "Arlequino ..." de la mano del grupo La Huella, capitaneados por Juan Badra, quien merecería toda la atención, admiración y respeto, no solo de los medios, sino de los colegas teatristas de nuestra ciudad y, por supuesto, del gran público. Señores, estamos en presencia de una artista mayúsculo, con una dedicación al trabajo y una profesionalidad que no abundan en este medio.
Después de haber coqueteado con otros clásicos (Cyrano, Pinocho, ¡hasta Popeye!), La Huella vuelve a su origen, ése de la recordada La risa del pueblo, obra que hasta se dio el lujo de presentarse en el Teatro Nacional Cervantes. Y digo que vuelve a sus orígenes porque aquella obra husmeaba en los personajes bufonescos, en una suerte de homenaje a la Commedia dell´arte.
Duchos como están entonces en este tipo de teatro, lo que se vio anoche sobre el escenario de Galileo fue un espectáculo cuidado, elegante, con un vestuario envidiable, pero por sobre todo, con mucho talento sobre las tablas. Los actores manejan a la perfección el timing que exige el género, se mueven con soltura y son hábiles en aprovechar hasta los errores propios para volverlos en situaciones de humor, recurriendo a la más sincera improvisación, ésa que era la línea matriz allá por el siglo XVI.
Un momento especialmente adorable es aquel entre Arlequino (magníficamente encarnado por el propio Badra) y Esmeraldina, los dos criados enamorados, quienes utilizan dos títeres de mano, en una suerte de proyección de sus propias personas, para declarase mutuamente su amor.
Solo cabe reprochar la ausencia de un programa de mano para identificar actor/personaje, rubro técnicos o incluso al músico en vivo, miembro activo en la representación.